Cuando el apego se disfraza de amor
Érase una vez… “Una relación única, especial. Para nosotros construida de un amor maduro y auténtico. Parecía que nos queríamos de verdad… hasta que se acabó … y fue entonces que salió a la luz la cualidad del verdadero vínculo que nos unía.”
Es fácil amarte cuando me das lo que me gusta y da placer, cuando estamos de acuerdo en la forma de pensar, nuestros valores coinciden y tenemos la misma manera de entender la vida, o simplemente si tenemos metas similares. Así la relación parece segura, no cuestionamos nuestras diferencias. Oh si, estamos hechos el uno para el otro y no hay motivos para el conflicto. ¡Cómo nos amamos!
Y entonces… el apego se disfraza de amor romántico.
La gran mayoría de nuestras relaciones, sobre todo las de pareja, se basan en el apego, en el enganche adictivo o en la búsqueda de placer. El apego no se refiere a rehuir el vínculo afectivo, sino a la dificultad para soltar lo que hemos disfrutado.
Muy pocas veces vivimos el regalo de amar de verdad. A menudo nos vinculamos por mero interés afectivo, económico o social. Para cubrir una falla afectiva, una soledad profunda, el vacío emocional, el miedo existencial, la inseguridad o la falta de autoestima, una necesidad de estatus social, una carencia económica, un miedo a la escasez, etc.
El auténtico amor, el profundo y transpersonal, es un bien escaso en la sociedad materialista. No se mide por la cantidad de arrumacos que intercambiamos, o por la intensidad de la pasión de nuestros encuentros sexuales, o por el nivel de docilidad y sacrificio del que soy capaz en pro del placer del otro.
Sin embargo, las relaciones de pareja, por muy infantiles, adolescentes o básicas que sean al principio, siempre nos ofrecen la medicina y la oportunidad de aprender a superar nuestras limitaciones. Pues su objetivo no es hacernos felices, ni completar lo que nos falta, sino que aprendamos a desarrollar y encontremos en nosotros mismos lo que admiramos del otro. El fin último de una relación consciente no es hallar la otra mitad de mi naranja en el otro para disfrutarla a solas juntos (y aislados), sino permitirme descubrir dónde escondo mi otra mitad y sacarla a la luz para compartirla con todo el mundo.
La separación descubre la relación real que yo había vivido. Resulta que, aunque hayamos sido muy felices o por mucho que hayamos crecido… todo tiene un final. Tarde o temprano de una forma u otra, nuestra relación terminará. ¿Estoy realmente preparado/a para perder?
Y es que el amor no se termina con la ruptura de la relación, es precisamente en ese momento cuando tenemos la ocasión idónea para desarrollarlo, o bien de ser conscientes de las dificultades para dejarlo fluir en nuestro interior. Para darnos cuenta del odio o el dolor que quedaba oculto tras el disfraz de complacencia y buenos modales, o de celos e inseguridad.
Sale cara la pelea buscando tener razón. No escuchar durante la separación es síntoma de falta de amor que me intoxica. Los reproches en la pérdida denotan una falta de amor acumulado desde el principio de la relación, incluso antes de empezar. Pues cuando el otro no acepta el pacto tácito de curar nuestra herida de vacío, de no completar nuestra media naranja, le atacamos como si la hubiera causado él.
Mi odio y rencor por el vacío de amor que almaceno, así como mi capacidad real de amar se ponen a prueba cuando me contradicen, cuando no me dan lo que creo merecer. Así veo si de verdad he amado a la persona con la que he mantenido una relación, sea de convivencia o no.
Cuando una relación empieza irremediablemente a “hacer aguas”, lo más habitual es que uno de los dos tome la iniciativa y se aleje. El otro, por su parte y a la desesperada, puede pretender dañar al que se va, para que al menos se aleje con su marca. Y es que nos da pánico ser olvidados. Como dice la canción: “el rencor hiere menos que el olvido”.
Lo eternamente anhelado y siempre perdido.
El que se queda puede revivir un abandono que le conecta con una experiencia infantil, pues sólo puede sentirse así, abandonado, alguien que está viviendo la ruptura como un bebé emocionalmente dependiente de sus padres. Nadie tiene el poder de abandonar a un adulto que se vale por sí mismo y hace tiempo superó la dependencia real que vive un bebé de ser calentado, alimentado, protegido y cuidado.
Pero, aunque no hay abandono real entre adultos, la experiencia puede ser terriblemente intensa y dolorosa. No hay más que ver la furia que se despierta en el que es rechazado, y la desesperada indefensión que emerge en la parte que se quiere alejar; que cuánto más lo intenta más ataques recibe del rechazado.
En las rupturas de pareja, la rabia y el miedo a revivir el sufrimiento del abandono infantil primario, hace que, en el formato adulto, pelee a muerte con mi ex por todo lo que construimos juntos y considero que me corresponde por derecho, al menos la mitad. ¡Y encima, me quiere robar MI media naranja!
Esta reacción proyectada e iracunda por la custodia de los hijos en común, la casa, los objetos o el dinero, es un reflejo del amor perdido en la infancia, que anhelo y creo tener la posibilidad de conservar por fin en esta ocasión. Por ello, desespero para no perder otra vez aquello de lo que creo carecer y sufro desesperadamente por recuperar, el amor incondicional.
La alternativa sanadora: dar lo que me arrebataron, perdonándote ahora lo que me viví con otros.
Entonces, y a pesar del dolor que pueda sentir por la ruptura, el amor real me permitirá dejarle partir en paz, sin deudas conmigo, sin reproches, ni lastres. Por eso es más fácil descubrir ese amor en el amor fraternal de padres a hijos, donde el desapego y la no exclusividad es más asequible para el ego carente.
La generosidad en el desapego y el auténtico deseo de que la otra persona marche por su propio camino sin mí, con toda la dicha que me regaló, demuestra, que supe aprovechar lo recibido en esta relación. Para acercarme un poco más al amor verdadero, ese que se despierta en mí al ver la dicha del otro. Ese que me alimenta y me sacia, ese amor que se expande al compartirlo.
Amar no significa que debamos aceptar con resignación todo lo que nos hacen, sino retirarnos si hace falta, con el respeto que quizá no nos están ofreciendo, pero que sabemos merecer y por eso lo damos, para manifestarlo, para compartirlo, para cultivarlo, para consolidarlo, para aprenderlo, para enseñarlo.
“Honro el amor que nos dimos y recibimos. Te amo en el adiós, tal como te amé mientras duró nuestro camino compartido. Te despido con la misma belleza que ensalzó nuestros mejores momentos.
Agradezco lo que me dolió, porque me ayudó a reconocer lo que no merezco. Agradezco lo que me gustó, porque me acerca al amor infinito que soy. Gracias.”
Próximo Taller de introducción a las relaciones conscientes. 26 y 27 de mayo. Más info
José Maroto Mingo
Psicólogo y Psicoterapeuta Transpersonal
CONSULTAS
c/ Dr. Castelo, 36.
Madrid
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Saludos, esta muy interesante el tema, ademas, me parece muy real.
gracias.