Crisis y autocuidado. Los límites entre la culpa y el perdón
¿Alguna vez has decidido hacer algo aun sabiendo que no te conviene? ¿Te has sentido agobiado o triste y has arrasado con la nevera? ¿Te has emborrachado o drogado porque era lo único que te calmaba, aunque sabías que luego te sentirías culpable y con una terrible resaca? ¿Alguna vez has perjudicado tu cuerpo, o boicoteado tus relaciones o tu vida sin poder evitarlo?
¡Enhorabuena, perteneces al género humano!
La dificultad para gestionar nuestro estado de ánimo, o cómo nos sentimos en un momento determinado, provoca que repitamos conductas autodestructivas o mecanismos de auto boicot. Y a pesar de no desear llevar a cabo estas reacciones, parece casi imposible evitarlas. El nivel de intensidad de estos síntomas, indicará el grado de agresividad bloqueada, o de incapacidad para dirigirme a la solución del problema.
Se denominan conductas compensatorias, y son complejos patrones de comportamiento cuyo fin es contrarrestar sensaciones o sentimientos demasiado dolorosos de soportar. Por ello buscamos maneras de anestesiar o compensar el dolor con placer, para así dejar de sufrir. Son estrategias de supervivencia desarrolladas desde que somos muy pequeños para adaptarnos a un dolor emocional que no supimos ni sabemos gestionar en el presente. Son reacciones inteligentes de supervivencia afectiva, ante carencias y dificultades aparentemente insalvables. Aunque esa inteligencia se quedó trabada en el desarrollo. Es decir, puede ser la opción más inteligente cuando tienes seis años, cuando tienes cuarenta es síntoma de inmadurez emocional.
También pueden tomar la forma de conductas pasivas; ante la aparente imposibilidad para alcanzar una solución al problema, optamos por responder pasivamente respecto a la solución. Es decir, me incapacito: me declaro impotente, me consumo en la apatía, la pereza, la depresión, etc. El pánico me lleva a hacerme el muerto en vida, así quizá la amenaza pase de largo.
Una vez sumergidos en una crisis psico-emocional que podía suponer una seria amenaza psicológica, estas reacciones autodestructivas las memorizamos como la opción menos dolorosa para recuperar el equilibrio emocional.
La versión más dura de estos preversos mecanismos es ejercer la violencia con uno mismo en forma de agresiones físicas (auto lesiones) o psicológicas (auto reproches). El suicidio puede ser la opción menos dolorosa frente a un castigo insoportable, frente a la locura, la defenestración, el repudio, el aislamiento… Pues, además de calmar mi angustia, estos patrones de conducta tienen otro objetivo añadido, secundario, pero no por ello menos importante. Que es proveerme del castigo que creo merecer. Si me agredo lo suficiente, es posible que pueda librarme de la inmensa condena que mi enloquecida mente teme recibir, esa tan horrible que me destruiría definitivamente con terribles sufrimientos. A nivel egoico, si experimentamos una angustia cuya causa se pierde en el pasado y por tanto no podemos explicarnos, no es raro asumir, tras la primera reacción de negación, que quizá hayamos hecho algo para merecerlo. A nivel transpersonal, nos castigamos para purgar la culpa derivada de nuestra “decisión” de separarnos de la Fuente.
El castigo auto infringido es la consecuencia de una culpa inconsciente. Aquí es como entra en juego el intento de expiación de la culpa como motor de nuestras reacciones. Una vez hemos errado al no saber hallar una solución al sufrimiento, buscamos la manera de librarnos de esta presión en forma de culpa (como el asesino fugado termina por entregarse). Me rindo ante lo único que parece calmarme, una ración de castigo que se corresponda con la culpa que cargo por mi error. Para eso nos auto agredimos, el castigo nos calma. Es el límite menos malo que hemos encontrado, nos ayuda a equilibrarnos y a estructurarnos de nuevo en un entorno conocido, aunque sea un poco desagradable, al menos es conocido y relativamente seguro.
Esta teoría explicaría por qué los adolescentes, los eternos incomprendidos niños-adultos, necesitan saberse amados, perdonados y seguros para un desarrollo apropiado. Necesitan amor y límites. Por otro lado, los adultos ante las dificultades necesitamos amor en forma de auto perdón y rutinas que nos permitan sentirnos seguros y confiados dentro de las crisis vitales cíclicas.
Las crisis repetitivas son oportunidades para aprender nuevas alternativas de afrontamiento cada vez más amorosas, satisfactorias y sanadoras. La vida puede ser un sendero elegido de cambio y aprendizaje, en lugar de una carrera de obstáculos impuestos por castigo. Todo depende de la actitud que mantendré hacia mi mismo con cada caída: ¿el ataque o la empatía?, ¿el rechazo reactivo o el amor consciente?
Así que los limites nos ayudan a contener estos impulsos autodestructivos. Como dijo Lao Tse: los limites sin amor, nos vuelven fanáticos. Una estructura de límites claros y firmes sin amor ni ternura, nos trastorna volviéndonos insensibles, agresivos, rígidos y miedosos. Si me pongo el límite con rigidez, reproche y ataque, alimento mi sufrimiento. Si lo hago desde la firmeza, el respeto y la ternura, me ayudará a respetarme y cuidarme cada vez con más amor. Al rebasar los límites estamos reaccionando para evitar el sufrimiento o aferrarnos desde el apego enfermizo al placer pretendiendo que dure lo más posible. Al enfrentar una crisis necesitamos una actitud amable frente al conflicto interno y, por otro lado, limites claros en los que movernos con seguridad.
El amor hacia uno mismo no es egoísmo, sino la consecuencia natural de la empatía hacia nuestra sensibilidad representada por el Niño interno, al que castigamos porque no sabemos reconocer y amar sus cualidades. Los límites protectores firmes que evitan lo que nos perjudica, son una expresión de amor. La ternura y la firmeza son aspectos que necesitan ser conocidos y comprendidos por ese Niño. Acompáñale a reconocer lo que no le conviene bajo tu tutela y protección. Como el padre que explica a su hijo para qué sirven los enchufes, que puede haber zonas peligrosas si las tocas, y que han de utilizarse con cierta habilidad para que cumplan su función. Este padre utiliza un lenguaje apropiado a cada edad de su hijo, lo hace con paciencia y amor.
Si, el modo en que nos ponemos los límites o se los ponemos a otros, es determinante. El origen del enfoque de atención interna (la in-tención) que motiva el límite es lo que marca la diferencia radicalmente. Además, hacerlo sin cuidar nuestra sensibilidad, nuestra salud, nuestro cuerpo y nuestra mente, es la consecuencia de haber perdido la conexión con el Ser que nos habita. Por eso aquellas personas que ignoran su esencia espiritual en pro de un ego ávido de tener razón y juzgar sin medida, tienen más riesgo de enfermarse, sufrir maltrato, acoso laboral, engancharse a las drogas o a sufrir adicciones a la comida, al sexo, o a las relaciones tóxicas. En definitiva (sobre) vivir en pelea con el mundo, es un suicido indirecto.
Paradójicamente, a medida que maduramos devenimos más conscientes de nosotros mismos y vamos adquiriendo nuevas herramientas para poder vivir disfrutando espiritualmente la vida, así también aumentan las posibilidades de que nuestro ego herido se apropie de estos avances para utilizarnos en nuestra contra. Por ello, cuánto más sabemos más compasión necesitamos desarrollar. Pues si no cuidamos este equilibrio entre la mente y el corazón, es probable que utilicemos los conocimientos para hacer (nos) daño. La sabiduría y el amor deben ir de la mano en nuestro desarrollo. Si a medida que avanzamos nos damos más cuenta de cómo nos boicoteamos, cada vez debemos perdonarnos más a menudo. Aquí está el equilibrio.
El objetivo principal consiste en llevar a cabo la alquimia transpersonal y transformar el reproche en reconocimiento, la culpa en responsabilidad, la crisis en oportunidad, el error en aprendizaje, la desesperación en confianza, la impotencia en poder, la frustración en creatividad, el sufrimiento en compasión.
Si te quitas tu felicidad para dársela a otro, no estás amando realmente, sino que estás comprando la felicidad de otro con tu propia vida. El miedo excluye, el amor incluye.
Para facilitarnos esta alquimia, la conexión con el Niño interior es una opción muy recomendable y efectiva. Es una práctica sencilla y potente para pasar del “tengo que” al “quiero”. Así logramos el premiso para divertirnos sin hacernos daño, para aprender sin sufrir innecesariamente, para adentrarnos en la aventura de la vida sin restringir las experiencias enriquecedoras. Para cambiar la culpabilización por liberación, e ir de una vida de esfuerzo y pesadez, a una de gozosa creatividad y expansión.
Un Niño interno atendido no está siendo mal educado. No busca el hedonismo y la auto satisfacción, sino que aprende de la coherencia, la empatía y el reconocimiento. Aprende a diferenciar entre el egoísmo y el auto respeto. Esta alquimia consiste en “re-parentalizar” a nuestro Niño interno, es decir, acompañar a nuestra parte más sensible y vulnerable a que se movilice y desarrolle, para que de esta forma pueda manifestar su mejor versión y potencial.
Recuerda que, en el Niño interior reside nuestra energía vital; la capacidad de vivir con plena confianza, espontaneidad, gozo, alegría, disfrute, juego, inocencia, ilusión, ternura… todas las virtudes que hacen que adoremos a cualquier niño o niña que conserva su capacidad innata de disfrutar la vida.
La práctica consiste en:
Imagina que has adoptado a tu Niño interno. Le acabas de rescatar de una vida de carencia, abuso y miedo. ¿Cómo le vas a tratar?
Necesita toda tu atención y cuidado, por ello has decidido que te acompañe a cualquiera de tus actividades diarias: está a tu lado al despertar, mientras comienzas el día; desayudando, haciendo tus meditaciones y tu deporte. Le llevas a tu trabajo (sobre todo allí) y con tus amigos. Está presente cuando visitas a tus padres y hermanos. Le compras comida sana, cocinas y le das de comer, le vistes para que esté cómodo y hermoso. Le preguntas cómo se siente, le sonríes, le proteges del peligro, le besas y abrazas. Dedicas ratos de calidad a jugar con él y afianzar vuestro vínculo de confianza. Le provees de actividades que le ayuden a relacionarse, desfogarse y jugar. Le apoyas en sus retos, le enseñas a descubrir y amar la vida, las plantas y los animales. Le animas a que se relacione con nuevas personas y disfrute de la diversidad del mundo…
Te propongo que lleves contigo a tu Niño/a interno/a a todas y cada una de las situaciones de tu vida. Y le preguntes: ¿cómo se siente con cada persona que te encuentras?, ¿cómo se siente en ese lugar?, ¿le gusta?, ¿qué te dice?, ¿se divierte?, ¿quiere estar ahí?, ¿necesita expresar o decir algo?
Observa cómo le afecta cuando le reprochas tus errores o faltas, cuando le drogas, cuando le obligas a comer en exceso o comida que daña su cuerpo, cuando le ignoras o castigas sin piedad. Presta atención a ese Niño como si fuera el mayor tesoro de tu vida, porque lo es. Es tu fuerza vital, tus ganas de vivir y la fuente de tu bienestar. Si se enferma, si se deprime o si pierde la ilusión por la vida, tú mueres en vida para empezar a sobrevivir con esfuerzo, frustración, infelicidad y miedo. Recuerda, todo lo que te haces a ti se lo haces a este Niño interno que acabas de adoptar.
Mantener esta imagen durante al menos una semana, te ayudará a ganar consciencia sobre la vulnerabilidad de tu cuerpo y de tus afectos. A darte cuenta de lo que te sobra y de lo que te falta; de lo necesitas realmente en tu vida. Nunca te volverá a faltar un proposito, tu Niño te guía, y él nunca volverá a estar solo, tú le cuidas.
¡Puedes transformar tu vida en un gozoso viaje de crecimiento en compañía! ¡Recupera tu inocencia, recupera tu poder!
José Maroto Mingo
Psicólogo y Psicoterapeuta Transpersonal
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