No ves la realidad, percibes el mundo como lo has vivido
¿En qué te fijas? ¿cómo ves el mundo que te rodea? … Es así cómo lo has vivido. No ves la realidad completa, sólo una porción, la tuya. El resto aún no puedes verla, pero también existe y es tan real como la pequeña fracción que tú percibes. Vivimos básicamente cegados o limitados por nuestras propias creencias aprendidas.
Desde nuestro nacimiento, durante la infancia y hasta la adolescencia, es el periodo en el que estamos más permeables. Absorbemos como esponjas todo lo que vivimos. En esta fase creamos y grabamos las creencias y los valores más relevantes de nuestra personalidad. Como resultado de este proceso generamos un complejo programa interno que fabrica literalmente el mundo que nos rodea. Nos cuenta qué nos influye de la vida y cómo vamos a percibir a los demás y, por supuesto, a nosotros mismos.
Estas creencias profundas surgen como resultado de la interacción de tres factores interrelacionados. En primer lugar, los sucesos que vivimos; segundo, lo que pensamos sobre el suceso; y tercero, los sentimientos, sensaciones y emociones derivados de la experiencia. Como consecuencia elaboramos un complejo paradigma vital compuesto de: recuerdos o imágenes, pensamientos o ideas y sentires o emociones. Es decir, estos tres ingredientes se solidifican en nuestra memoria inconsciente en forma de imagen, en el intelecto en forma de creencia y en el cuerpo en forma de sentir, dando como resultado un marco de referencia. Algo así como unas gafas de percepción limitante que utilizamos para ver e interactuar con la vida. A medida que crecemos, nuestro programa también lo hace y nos vamos quedando más ciegos al amor y más influidos por los prejuicios y el miedo. Que son la montura y los cristales de estas gafas del ego.
La mayor parte del tiempo no somos conscientes de nuestras gafas, de la misma forma que no somos conscientes de la respiración o los latidos, salvo que nos fijemos en ellos. El uso de estas gafas se convierte en algo automático e inconsciente. Su objetivo es proporcionarnos respuestas automáticas para adaptarnos a las circunstancias, sin tener que detenernos a valorar y decidir la mejor opción cada vez que sucede algo significativo en nuestra vida. Nos ayudan a adaptarnos al mundo de los sentidos del ego y nos impiden el acceso al amor incondicional del ser, ambas cosas simultáneamente.
La familia de origen, fundamentalmente los padres, hermanos y parientes cercanos, y en segundo lugar nuestro entorno social, la escuela y amigos, es la influencia relacional que determinará qué creencias y valores instauraré en mi programa. No importa la moralidad de las creencias, sino la validez y utilidad que tienen en mi entorno conocido. Me abren las puertas al afecto de aquellas personas de las que dependo emocional y físicamente.
Pensamos lo que nos dijeron que era correcto pensar, lo que era bueno y malo, lo que más nos convenía creer y sentir para ser aceptados, reconocidos y queridos. Lo cual es la prioridad cuando somos niños dependientes a todos los niveles. Nos transmitieron creencias y valores que otros fabricaron y eventualmente fueron útiles, para ellos. Esta es la educación que nos instruye para pensar, sentir y comportarnos. Es decir, en el pasado llevamos a cabo un aprendizaje por imitación, por supervivencia, porque necesitábamos la aprobación del entorno; no por elección, ni por sabiduría. Básicamente tenemos el cerebro repleto de ideas que sirvieron a otros, para hacernos más adaptables a lo que convenía en nuestra familia en ese momento. Con el tiempo, este programa de creencias, estas gafas con las que miramos el mundo, se convierten en una carga limitante que pesa como un lastre y nos impide movernos con fluidez en el presente. Andamos percibiendo nuestra vida actual con los filtros que heredamos de un entorno cercano en un pasado que no existe. Nos condicionan sobre cómo vivir el contacto físico y afectivo, o cómo nos relacionamos con el dinero, el trabajo, la vocación, el sexo, la familia, el matrimonio, la amistad, el ocio o qué hacer con el tiempo libre.
Esta es la raíz del problema que nos hace huir de la intimidad consciente, buscar atención y reconocimiento por miedo, en lugar de movernos por el amor y el gozo. Como aprendimos a tragarnos lo que nos contaron para adaptarnos, ahora somos dependientes del programa y no sabemos distinguir en qué nos está beneficiando o perjudicando, salvo que lo revisemos y decidamos conscientemente.
Uno de las mejores inversiones que podemos hacer a nivel psicológico para mejorar nuestra calidad de vida y nuestro bienestar, es revisar nuestro sistema de creencias. Observar la manera en que vivimos y sentimos. Así como, replantearnos los juicios limitantes desde los que miramos los múltiples aspectos de la vida, las personas de nuestro entorno y a nosotros mismos.
El reto liberador consiste en soltar la aparente seguridad de lo que “conocemos” y probar a mirar el mundo y a las personas con las que nos cruzamos, cómo si las viéramos por primera vez; con la mente de un principiante. Sin pre-juicios, con la mirada limpia e inocente de un niño confiado que se relaciona con cualquiera con la naturalidad propia de la amistad y la hermandad sinceras. Con la capacidad de sentir, expresar y perdonar con fluidez. Pues el mundo que se rige por el amor es un mundo seguro, y este, es el único mundo real. Lo demás es sólo parte de un sueño.
Libro recomendado: «Psicología transpersonal. La alquimia de la consciencia».
José Maroto Mingo
Psicólogo y Psicoterapeuta Transpersonal
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