Cuánto más lloro, más feliz soy
Parece una contradicción, sin embargo está basado en la experiencia. En la comprobación empírica de que cuánto más nos permitimos expresar la tristeza por lo que se va, más fácilmente fluimos en la alegría “porque si”, y más aún claro cuando hay motivos concretos o conscientes. Si no eres capaz de llorar, es decir, sentir y expresar tu tristeza, es probable que te cueste fluir en la libre apertura de tu alegría tanto para recibirla a través de otros, como para ofrecerla con tus actos cotidianos. Cuando aprendemos a rechazar la tristeza también bloqueamos la alegría. Sencillamente, porque en su esencia son lo mismo; Vida. El encuentro con algo deseado produce alegría y la pérdida de algo querido nos produce tristeza. En la infancia experimentamos esto constantemente, hasta que nos vamos cerrando. Cuando nos cerramos a liberar la tristeza de la pérdida, vamos restando espacio para lo nuevo por llegar, y por supuesto para la alegría que lo acompaña. Nos volvemos fríos, como “zombies”.
Compartir la experiencia de alegría-tristeza nos ayuda a flexibilizarnos y sintonizarnos con los ritmos de la naturaleza, con el flujo de la infinita abundancia, que en un constante vaivén nos “trae y quita cosas” y a través del vínculo que establecemos con ellas podemos vivir este mágico cambio constante. Quizá tras la dualidad alegría-tristeza, podamos vislumbrar la alegría inherente de estar vivos… sin causa/s, ni condición/es…
José Maroto Mingo
Psicólogo y Psicoterapeuta Transpersonal
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