LA HIGIENE TERAPÉUTICA
Jugando a los médicos… o una cirugía de emergencia tomando una caña.
De la misma manera que a estas alturas de la historia de la medicina moderna, sabemos que someter a una persona a una cirugía en un lugar no esterilizado puede provocar una grave infección, o robar órganos a personas vivas es un grave atentado contra los derechos humanos, debemos recordar a los terapeutas noveles, sanadores o facilitadores de técnicas terapéuticas, que no todo vale en el arte de ayudar.
Hemos de hacer el trabajo con dedicación y seriedad. Algunos de nosotros, siendo terapeutas inexpertos o en el inicio de nuestra carrera, hemos tenido la tentación de intervenir en lugares o momentos no propicios para ello; quizá para lucir nuestras habilidades o demostrar (nos) algo. No para ayudar realmente al otro, sino como alimento de nuestro hambriento ego o como “práctica terapéutica” no supervisada. Y esto, lo sepamos o no, supone un riesgo para nosotros mismos, para el receptor de la intervención, y para otras personas interesadas, que son potenciales pacientes y rechazan una intervención por miedo a ser dañados.
En estos tiempos de proliferación de nueva y variada oferta de tratamientos efectivos y de nuevos terapeutas sin formación en el encuadre terapéutico, conviene recordar algunos aspectos importantes para el cuidado de todos. Parece que está cobrando mayor relevancia la efectividad de la técnica rápida que logra objetivos casi inmediatos en detrimento del proceso paulatino y respetuoso con el ritmo y las cualidades de cada persona. Y así se están descuidando aspectos humanos fundamentales. ¡Atención! una vez más la locura del ego pretende suplantar al amor. Un amor incondicional en la dedicación de servicio al prójimo en la que prima el otro, su percepción y sus dificultades, y no yo y mi ímpetu por cambiar un mundo que percibo insano.
Tan importante es facilitar la sanación, como preparar al paciente para el encuentro con una nueva vida “sana”.
Para empezar, es básico comprender la diferencia entre “Proceso terapéutico e Intervención terapéutica”: No es lo mismo un proceso de psicoterapia, que un taller vivencial o una intervención terapéutica puntual. Un proceso consiste en una experiencia más o menos prolongada en el tiempo, y acompañado terapéuticamente por un profesional que proporciona intervenciones adecuadas a cada momento del tratamiento. Un taller o una consulta específica consisten, en una intervención aislada sin seguimiento de los efectos, y realizada en un momento determinado para tratar un síntoma más o menos concreto.
Cuando el objetivo terapéutico es curar una enfermedad física o mental sin avanzar en la comprensión profunda de la causa, o ignorando la necesidad de cambio interno, la oportunidad de aprendizaje y desarrollo que brinda, la sanación no tiene sentido. En cambio, si el objetivo es ayudar a tomar consciencia del cambio interno que la crisis nos reclama, o perdonar y amar con mayor profundidad y amplitud todo cuánto nos conforma, rodea y sucede, la sanación si tiene sentido.
Proporcionar un proceso o una intervención terapéutica que facilite un cambio a mejor es maravilloso, salvo, cuando no tenemos en cuenta que la persona sustenta su vida en patrones más o menos tóxicos que si desaparecen de golpe puede conllevar un efecto traumático; “siendo peor el remedio que la enfermedad”. Es fácil como terapeutas diagnosticar como enfermizo un patón psicológico. Es más difícil verlo y tratarlo con amor, y comenzar sin juicio a acompañar al paciente a dónde quiere ir, no adónde consideramos que debe llegar. Consiste en acompañar, no dirigir; este es el verdadero arte terapéutico.
¡Atención terapeutas! “Estar al servicio” no te hincha el ego, lo disuelve. No te da importancia, sino que resta valor a la necesidad de obtenerla.
Sea cual sea el formato terapéutico que usemos, nuestra responsabilidad como profesionales es crear un lugar externo íntimo y un espacio relacional seguro, protector e higiénico emocionalmente. Es vital, por tanto, guiarse por un código ético y un encuadre terapéutico que proteja los siguientes aspectos:
• El momento y el lugar: El terapeuta o facilitador no tiene derecho a intervenir con alguien en un momento en el que el paciente no lo desea o no se encuentra preparado. Ha de ser un momento acordado por ambas partes libremente, así la intervención está libre de abuso y protegida por el respeto mutuo.
• La técnica: No está por encima de las personas ni del libre albedrío. Transitar el camino del momento presente prima sobre el objetivo a largo plazo. Conlleva un abuso de autoridad y una violación de la voluntad del paciente obligarle a que tome un medicamento sin su autorización, de la misma forma que obligar a tomar una intervención terapéutica psicológica, aunque creamos que podría ser efectiva para aliviar la sintomatología. El fin no justifica los medios.
• El terapeuta: La ayuda sólo es efectiva, cuando el sanador o terapeuta no pretende ganar nada para su propio interés, sino acompañar al otro al “lugar” donde elija ir. Además, el terapeuta se pone en riesgo personal y legal cuando trabaja sin un encuadre claro y firme. Nuestra responsabilidad es acompañar con consciencia propia y del proceso, caminar al lado del paciente, acompañar, no tirar u obligar; además esto nos agota y nos daña. Cómo terapeutas podemos preguntarnos: ¿cuál es mi objetivo, suprimir la sintomatología o contribuir a que la persona extraiga el aprendizaje global que le aporta esta dificultad?, ¿puedo impulsar ambas cosas? ¿puedo y estoy dispuesto a hacer un seguimiento en caso de darse un “efecto secundario”?
• El cliente o paciente: Él o ella dirigen, mandan consciente e inconscientemente durante todo el proceso o intervención. No podremos hacer nada si no hay colaboración por su parte. No conviene luchar contra las resistencias inconscientes, más bien aliarse con ellas, ponerles luz, airearlas con ternura y sentido del humor, observarlas compasivamente y hacerlas como tuyas. Así la lucha cesa y el cambio consciente es mucho más ligero y profundo. Y sobre todo compartido, pues, en todo caso, crecemos juntos.
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